7 nov 2015

De aquí a la eternidad.

Dime tú, cuantos caminos tendría mi vida y qué posibilidades había de que llegase hasta aquí...
Apenas sin luz pero con mucho sonido, la canción que menos me importó es la que salía de los altavoces; de repente las pletinas dejaron de girar, las cuerdas se hicieron amigas del mástil y nunca más quisieron tocar nada distinto a lo que mis oídos se emperraron en creer la banda sonora del momento. Había oleadas de viento creadas por diferentes hebras de ínfimo tamaño que rodeaban dos pozos en los que la saudade caía para no volver, ellas bailaban al son de los mullidos marcos de carne trémula que me pedían paciencia y deseo a partes iguales, y como buenos miembros de una orquesta hecha por los Antiguos encendían para quemarme todo pensamiento de desesperanza que me quedaba en el pecho.



Esas idas y venidas del aire de rosas más frío que sentí en mi cara jamás, pero a la vez más templado que el viento del sur en verano, fueron suficientes para que las partes que me llevan y me traen de mi cuerpo optaran por abalanzarme sobre lo que, hasta el momento, era una caja de bombones de sensaciones. Fui rompiendo corcheas hacia delante, sin pensar que el silencio de blanca más largo del mundo iba a corromper mi solo de cuerdas vocales. Fui directo al vacío y me estaba dando cuenta de que no llevaba paracaídas, es más, decidí subirme al espacio para verlo todo con perspectiva y terminé por cerrar los ojos ante el abrumador brillo que emanaba desde aquel lugar.
No lo creía verdad. Mis pupilas estaban tiesas en las suyas, mis pies no dejaban de retar a los suyos y mis manos le tendieron un puente a la felicidad forrado en terciopelo que luchaba por ser un laberinto, siendo, en el fondo, una autopista inergaláctica al placer más denso que podía echarse en cara.
En esa esquina de la tierra, alineados con el brillo de Júpiter se teletransportaron a su anillo para jamás perder el tiempo, para no parar de bailar durante las horas de sombra.

Pretty little thing.

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